miércoles, febrero 25, 2015

Me llevo más que dos días en darme cuenta que era libre, el yacía allí sin moverse, pero tenía tanto miedo de molestarlo que no lo toque, nunca apague su televisor, ni siquiera a media noche. Algo en mi interior me decía que no estaba bien, pero mi cuerpo magullado solo quería paz, la paz que venía de simplemente alejarme de su lado, mantenerme a raya, callar, limpiar, cocinar, dormir y respirar, a lo único que tenía derecho. Lo delato el olor, nunca había apestado así, ni siquiera en sus peores noches de borrachera, ni siquiera esa vez del bate de béisbol, muy lentamente y aguantando la respiración abrí la puerta lo más que pude. Llame su nombre dos veces, muy bajito, tan bajito que hasta yo, aduras penas podía oírlo, y el con su oído tan fino, nunca contesto, me aclare la garganta y llame más alto, cerré los ojos esperando el golpe, pero este nunca llego, el se limitó a quedarse allí de pie, sin verme, sin voltear. Respire profundo, me arme de valor y entre, volví cerrar los ojos y me agache esperando el golpe, pero nunca llego. Entonces supe que algo andaba mal, que fue nunca lo supe, salí de allí corriendo, tome esas dos maletas que tenía listas siempre bajo la escalera detrás del trapero y la escoba para que él nunca las viera, cerré las puertas con llaves y como alma que lleva el diablo, me fui, para nunca volver, para ser libre, para volar lejos, donde su oscuridad no volviera a tocarme.